La biomasa ha sido el primer combustible empleado por el hombre y el
principal hasta la revolución industrial. Se utilizaba para
cocinar,
para
calentar el hogar, para
hacer cerámica y, posteriormente, para
producir metales y para
alimentar las máquinas de vapor. Fueron
precisamente estos nuevos usos, que progresivamente requerían mayor
cantidad de energía en un espacio cada vez más reducido, los que
promocionaron el uso del carbón como combustible sustitutivo, a mediados
del siglo XVIII.
Desde ese momento se empezaron a utilizar otras
fuentes energéticas más intensivas (con un mayor poder calorífico), y el
uso de la biomasa fue bajando hasta mínimos históricos que coincidieron
con el uso masivo de los derivados del petróleo y con unos precios
bajos de estos productos.
A pesar de ello, la biomasa aún continúa
jugando un papel destacado como fuente energética en diferentes
aplicaciones industriales y domésticas. Por otro lado, el carácter
renovable y no contaminante que tiene y el papel que puede jugar en el
momento de generar empleo y activar la economía de algunas zonas
rurales, hacen que la biomasa sea considerada una clara opción de
futuro.